Sorrento
Sorrento en la tarde. Es casi de noche.
Y desde la ventana del café veo las luces de los barcos. Sus luces iluminan la bahía de Sorrento. Un chocolate caliente calienta mi espíritu. aromas a canela de otras tierras me remontan a otros lugares y a otros tiempos. La canela que tanto tardó en atravesar los océanos, las montañas. Canela olorosa, motivo para un postre, para mil postres.
Va a ser una noche fría. Las amigas charlan, distraídas. Su conversación ocupa toda la estancia, dilatándola, expandiéndola. Apenas hay pausas. Apenas. Pero cuando se hace el silencio entre ellas, todo el café se contrae en un minúsculo big-crunch semántico. ¿Ya no tienen nada que decir?. No. Sólo cogen fuerza. Sólo necesitan un poco de aliento. un poco de aire en sus pulmones será suficiente.
Unos tórtolos se miran como si fueran novios. La princesa, de hombros escotados muestra la fuerza de sus brazos. Una fuerza enmarcada por una ligera cadena que la abraza la piel; la encadena.
Los músicos de jazz callan. Son más negros de lo necesario. Más mudos de lo conveniente. Al fin y al cabo, y como el resto, son simple decorado. Artificio como los tórtolos, atrezzo como las dulces cotorras.
Estas con el tiempo se callarán sin duda. Como las demás de más allá, con sus cejas, tan dibujadas como inútiles y arqueadas.
Unos marineros entran gritones y somnolientos. hartos ya de la inmovilidad del puerto. Todas las muchachas del café entornan las miradas dando fe a la presencia de los gritones somnolientos.
Una pareja es mayor cuando no se toca. Cuando no se mira. Los silencios también se van dilatando.
Sorrento se hace cada vez más chico. al caer la noche es más pueblo pues todos se conocen mas y mejor. Ahora todo el mundo parece tener nombre propio. Francesco, Guido, Teresa. El humo es cada vez más espeso y todos ya casi nos conocemos. Todos van conociendo al poeta de la esquina y al vagabundo de la barra. ¿Cómo es que esta este paria en la barra? ¿Por que permiten su presencia?. Acaso es para hacer mas soportable el ser escrutados por el artista?.
Al fin y al cabo en Sorrento, como en cualquier sitio, no hay nada más temido e incluso odiado, que la presencia de los molestos artistas. con sus preguntas, sus dudas, sus irreverencias. Pero los artistas callan. Como los enamorados, como las amigas, como las abuelas.. como el vagabundo o los músicos de jazz. Todos callan!
¿Entonces? ¿Qué es ese murmullo que se oye en el café? Es solo eso. Un murmullo. Un silencio. Un estruendo de voces.
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